sábado, noviembre 18, 2017

El director es el jardinero del teatro

José Tomás Angola Heredia, actor, autor, director y maestro,ademas venezolano.
José Tomás Angola Heredia tiene sendos retos profesionales por delante: estrenar otra de sus obras teatrales y asumir la cátedra de dirección en el diplomado que organiza Escénica. Además tiene criterios propios y no escatima palabras reflexivas para hacerlos conocer, por aquello de que el teatro es el único lugar donde el hombre puede pensar en libertad, como decía Arthur Miller.
¿Desde cuando en estos avatares del teatro?, le preguntamos.
Debuté profesionalmente en 1991, de la mano de Gerardo Blanco y el grupo Bagazos, con la pieza Cupo limitado del mexicano Tomás Urtusástegui. Eso fue en el desaparecido Teatro Cadafe. Pero la primera obra que estrené como dramaturgo y director fue en 1992, en la Sala Alberto de Paz y Mateos, también con Bagazos. Se llamaba Los seres sobre las camas. Es decir, 26 años trepado en un escenario como actor y 25 como dramaturgo y director, intentando crear.
¿Satisfecho de lo logrado?
Los artistas no solemos estar satisfechos con nuestra propia obra. Me siento contento con el trabajo que he hecho, pero no satisfecho. Esa insatisfacción, esas ganas de decir más, de subir un peldaño más en la ruta hacia la excelencia, las ansias por explorar nuevos territorios, herramientas, lenguajes, ese deseo por hacer reflexionar y sentir al espectador es lo que espero me mantenga al menos otros 26 años sobre las tablas. 
¿Qué hace en estos momentos?
Con mi grupo, La Máquina Teatro, nos encontramos ensayando mi más reciente pieza, Ningún hombre es una isla, que estrenamos en enero de 2018 en la Asociación Cultural Humboldt. Es una pieza que toma la figura de Ernest Hemingway en sus últimos años, en su finca en Cuba, para adentrarnos en un tema que ha sido constante en mi escritura: el valor ante la vida y el valor ante la muerte. También subyacen otros argumentos: la ficción literaria como remedo de Dios y la creación, y el derecho que tenemos a ser felices. Me acompañan en este aventura mi hermano en el arte José Manuel Vieira y Andrea Miartus. Produce el querido amigo Carlos Silva. Protagonizo y dirijo. Con piezas tan personales, me gusta tener el control creativo total para presentar un discurso que entre en la definición de teatro de autor. Es un proyecto que se vale en gran medida del video mapping y la escenografía virtual. Tengo varios años explorando el camino de las nuevas tecnologías aplicadas al teatro. Y somos pocos los que hacemos eso en Venezuela.  
¿El dramaturgo nace o se hace?
Ambos caminos se complementan y son requeridos para desarrollar una carrera como dramaturgo. Se viene a este mundo con un equipaje, el talento, que mueve la pluma y la fantasía. Pero dejado todo a la intuición, el trabajo se estanca o queda trunco. Con el estudio y la preparación se adquieren las técnicas para explotar ese talento hasta sus últimas consecuencias.
¿El director nace o se hace?
Quizá aquí la pregunta es más difícil de responder. Los talentos originales asociados al director o al puestista son más difusos. Se requiere de sensibilidad, de capacidad reflexiva y sentido de la comunicación. Un director debe ser un gran lector, no un escritor. Su oficio está más cercano al del jardinero, que no crea las flores pero de él depende que surjan y crezcan. Luego en el estudio se aprenden las claves para traducir la palabra en imagen, para inspirar las atmósferas, para acertar los ritmos y engranar los sentimientos. Para ensamblar la sinfonía, aunque a diferencia del director de orquesta, en el teatro el director debe desaparecer humildemente una vez que se alza el telón y comienza la vida en el escenario
¿Cómo se dispones a dar su cátedra de dirección en Escénica?
Me entusiasma mucho este proyecto. A la cabeza está un hombre que respeto y admiro, Gerardo Blanco. Y como hombre de teatro y educador ha construido un diplomado que viene a llenar una carencia enorme que tenía nuestra medio. En Venezuela se estudia teatro o en carreras convencionales, muy teóricas, ceñidas a doctrinas pedagógicas antiguas y con referencias y criterios superados, o en cursos exprés muy introductorios y con poca hondura. No existía un punto intermedio, el diplomado, en donde se amalgamaran conocimientos teóricos con prácticas efectivas, extraídas de la experiencia constante sobre el escenario y no de la simple imposición del taller-montaje. Los programas han sido desarrollados por creadores con mucha experiencia real en la solución artística de problemas estéticos, dramáticos y psicológicos en los procesos teatrales que han abordado. Es entonces diferente el enfoque pues supe un ejercicio documental de enorme significación para quien asume el teatro como oficio. Yo dictaré la cátedra de dirección que ha confeccionado Costa Palamides, un artista con muchos logros en su carrera. 
¿Cómo se preparó para esa docencia?
Para prepararme he recurrido a un acto revisionista de mi vida. Entender cómo ha sido mi propio proceso de aprendizaje y cuales son mis certezas y mis dudas para exponerlas con total honestidad. Provengo de una formación en la dirección con maestros como Gerardo Blanco, Marcos Reyes Andrade o Carlos Angola que se formó como director en España con Pilar Miró. Así que mi escuela tiende a la dirección de actores como germen de todo proceso escénico de puesta.
¿Está esperanzado en el avance del teatro venezolano?
El teatro en Venezuela está sometido a una profunda crisis a lo interno y a lo estructural. Es decir una crisis sistémica. Después de venir de una etapa en donde el Estado fue la plataforma financiera que permitía la creación y la experimentación, el proceso se revierte y ahora el Estado es el principal obstáculo para el desarrollo artístico libre. No solo es un asunto de subsidios y promoción, que ya no los dan o son usados para penalizar y castigar, hablamos de salas que se programan por criterios políticos, de cierre de grandes iniciativas como los festivales internacionales de teatro o espacios que eran sedes de agrupaciones y ahora están inoperantes, del uso del arte teatral como un simple mecanismo de propaganda y manipulación ideológica. Ante esa realidad el verdadero artista está enfrentado a una dualidad con la que es muy difícil lidiar: trabajar para comer y trabajar para crear. Muchos quisieran hacer Hamlet o Fuenteovejuna, pero deben montar comedias ligeras e intrascendentes en aras de convocar al mayor público posible pues la taquilla es el sustento. 
Toda crisis es una oportunidad. La destrucción del teatro emprendida desde el gobierno debería ser un punto de inflexión para decidir nosotros el "parricidio" artístico. Desprendernos del "papá" Estado y proponer un camino propio, honesto y gestado por y para nosotros y nuestras audiencias. Lejos del chantaje gubernamental y la claudicación moral. Obviamente eso pasa por redefinirse en los alcances de las producciones y las posibilidades reales de la producción ejecutiva. Sustituir con creatividad lo que antes permitía el dinero. Me imagino que es un reto parecido al que se enfrentaron los creadores alemanes cuando ascendió el nazismo al poder. Y de allí emergieron Bertold Brecht o Peter Weiss. Pero esa reinvención solo ocurrirá cuando dejemos atrás egos y envidias, esa noción primitiva de la tribu que nos aísla en grupúsculos que se miran el ombligo en vez de integrar esfuerzos y vernos solidariamente como gremio. Lastimosamente la grotesca lucha por el poder que se observa en la política, se replica en el teatro con ganancias y cuotas bastante risibles, como a quien le dan más temporadas en una determinada sala o lograr más espacio en los pocos medios de comunicación que quedan.
Sin embargo tengo fe en el teatro venezolano porque tengo fe en sus creadores. Los veo día a día sobre las tablas, batallando contra el demonio de mil cabezas que habita fuera de la puerta de la sala. Ellos siguen ahí, a pesar de los muchos que se han ido, ellos siguen ahí y cada noche hacen subir el telón para luego salir victoriosos con el enorme premio, único premio cierto en este oficio: el aplauso del público.



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