domingo, septiembre 07, 2008

Otros días felices para trasnocharse

¿Qué piensan los teatreros cuando eligen y escenifican una obra? Ni ellos mismos lo saben o pueden explicarlo. Hay un mágico mecanismo cultural que les impone tales decisiones cruciales, en las que pueden perder o ganar prestigio, además de los aplausos de los espectadores, que en ocasiones no los toman en cuenta. Declaran vaguedades para salir del paso y nosotros lo que hacemos es ver sus producciones y opinar sí es importante lo hecho o no tomarlos en cuenta, ni tampoco escribirles la reseña. ¡Porque la ausencia de crítica es de por si una crítica!
Recalcamos esto, frecuente en el contexto caraqueño, porque hemos visto en la temporada 2008 sendos montajes de la obra Los días felices, de Samuel Beckett: una producción de la Compañía Nacional de Teatro, con puesta en escena de Dairo Piñeres, y otra, que se exhibió, en la Sala Plural, lograda con la suma de los aportes creativos de los actores Haydée Faverola y Marco Villarubia, el director Humberto Ortiz y el maestro de la escenografía Fernando Calzadilla.
Los días felices fue escrita por Beckett a comienzos de los años sesenta, después que el escritor vio a la esposa de un amigo enterrada hasta el cuello en la arena de una playa francesa. El artista poetizó aquello y desde que la estrenó se convirtió en referencia esencial del teatro contemporáneo. Ahí plantea su metáfora con Winnie, distinguida señora que es engullida lentamente por una especie de roca (en el segundo montaje caraqueño es un monumental mesón de cocina), mientras ella parlotea y proclama lo feliz que se siente, al tiempo que está pendiente de su esposo Willy, quien duerme o lee o no hace nada. Winnie aparece en el primer acto inmovilizada hasta la cintura, pero en su constante hablar, enmarcado por la manipulación de distintos elementos, evoca una felicidad que parece contradecir su situación. Su pareja, Willy, la escucha parlotear sin prestarle mucha atención. Winnie habla, discute, recuerda, regaña a Willy, lo aconseja y no cesa de intentar puentes comunicantes. El constante empeño del personaje por ser feliz pareciera darle sentido a su existencia. En el segundo acto, Winnie está ya imposibilitada hasta de manipular los elementos que aún la rodean. Las palabras y sus silencios se hacen, entonces, sus únicas verdades. Ella sigue apostando por la felicidad.
Y, como es obvio, el público queda preguntándose por qué o para qué todo aquello. Preguntas que sí tienen respuestas en función de la capacidad de análisis de cada uno o tomarse el espectáculo como un acto lúdico más, esto por supuesto no es tan fácil porque el teatromaníaco es crítico por naturaleza, no traga entero jamás.
Pero gracias al montaje de Ortiz y Calzadilla, muchas cosas quedan aclaradas, por el preciso y ejemplar trabajo escénico materializado con los actores Faverola y Villarubia. Se trata de uno de los montajes más decantados que hayamos visto en muchos años de ese difícil texto beckettiano y, además, es una de las producciones más inteligentemente pensadas y realizadas para la reflexión y el disfrute del público, que sale favorecido ante ese desborde creativo destinado a materializar el crítico pensamiento del autor sobre la sociedad burguesa contemporánea, entregada al insaciable consumo como única meta o razón para su existencia.
Este montaje hace “digestivo” el espectáculo de tan absurda obra, gracias a la solución escenográfica creada por Calzadilla y al orgánico trabajo actoral de Faverola, gracias a sus transiciones y a esa patética resignación que trasmiten sus músculos faciales y los tonos de su bien colocada voz, todo eso acompañado por el sonido de una cortina de varillas metálicas que ocultan al indispensable Willy (Villarubia). Hay un laborioso trabajo de dirección, una lectura escénica sobre el pensamiento de Beckett, apuntalado en algo más que un aporte escenográfico. Fue tan acertado el trabajo de este equipo, que un jurado de cinco críticos concedió los Premios Municipales a la Mejor Actriz y al Mejor Dispositivo Escenográfico.
Agradecimientos
Fernando Calzadilla agradece el Premio Municipal de Escenografía por Los días felices en el Espacio Plural de Trasnocho. Y subraya que nada pasa en el escenario sin la presencia del actor. “Doble mi fortuna en este caso, porque además de mi reconocimiento también se reconoció a Haydée Faverola, quien junto con Marco Villarubia, fue quien le dio vida a lo que de otra manera hubiera sido simplemente parapeto. Además del reconocimiento que esto significa para Humberto Ortíz, director de la obra y por ende guía del espectáculo, estos premios son para los que seguimos creyendo en el teatro sin diferencias ni categorías. Este preámbulo es para decir que este premio es además muy especialmente para Moisés Guevara, director artístico de Trasnocho, quien con su visión y apoyo a hecho posible que este espectáculo, y tantos otros como este, hayan tenido lugar y expresión”.

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