domingo, febrero 03, 2008

Gilberto Pinto salvado por el teatro

Unas páginas de El Nacional abandonadas sobre la mesa del billar del YMCA (Young Men's Christian Asociation) atraparon la atención de aquel jovenzuelo. Las hojeó y se detuvo con curiosidad en un reportaje que Carmen Clemente Travieso le hacía al curso de Capacitación Teatral que, bajo los auspicios del Ministerio de Educación, dictaba el profesor mexicano Jesús Gómez Obregón para la juventud caraqueña desde 1947. “Eran las ocho de la mañana, de un día que ya no recuerdo de aquel 1948. Aquello me sorprendió porque no sabía quien había dejado abandonado ese periódico y además lo leído me llamó la atención. No tenía ninguna inclinación hacia el teatro pero mi profesión de vago me llevó a conocer que era aquello. Me encaminé hacia el edificio Casablanca, de Peligro a Puente República, y Carlos Denis, que era una especie de secretario, me inscribió sin mayores requisitos, porque no había más de 25 alumnos. De pronto me encontré en una clase, escuchando al profesor y viendo las improvisaciones de Luisa Mota y Pedro Marthan, quienes ya tenían un año en esos avatares. Todo eso me preocupó y al mismo tiempo me llamó la atención. Y al dia siguiente estaba estudiando teatro. Desde entonces no he parado y son algo así como 60 años. La vagancia me llevó a la escena”.
Quien así relata sus inicios en las artes escénicas venezolanas es Gilberto Pinto, Premio Nacional de Teatro de 1999, actor, director, maestro de varias generaciones de comediantes y autor de 18 piezas, una de las cuales, El peligroso encanto de la ociosidad, será estrenada muy pronto por la agrupación Rajatabla, bajo la dirección de Germán Mendieta.
Afirma, a manera de consejo para los que presentan problemas de salud, que “uno escribe mejor cuando le cuesta hacerlo y no cuando no le cuesta escribir. Este largo tiempo con mi dolencia, una compleja crisis cardiaca, me ha permitido serenar mi estilo y acercarme a lo que proponía Ibsen, que era ser económico en las palabras y profundo en el uso de ellas. Eso me ha permitido descubrir que yo escribía de más”.
Ha abandonado la docencia por razones obvias, pero eso no le impide reiterar que “la actuación es una sola, todo lo demás son tonterías. La actuación es una, bien sea en teatro, cine o televisión, y en cada una de esas especialidades hay que cumplir las exigencias generales de la profesión: la sensibilidad, la imaginación, la concentración y sobre todo el deseo de jugar a ser otro, lo cual es importantísimo, porque quien no tiene ese deseo no puede ser actor”.
Subraya que la investigación es importante, porque ayuda a todo lo demás. “Ayuda a profundizar, pero tiene que partir del juego, porque actuar es como jugar, por eso es que en el mundo sajón actuar se identifica con el término play, porque actuar es como jugar. Cuando se actúa se juega a ser el otro. Es un juego de niños pero emancipados, no es el niño que juega a ser Superman, no, nosotros los adultos jugamos a ser otras cosas porque estamos emancipados. Una de mis mayores satisfacciones es el haber dejado una profunda huella en una gente que hoy está actuando o dirigiendo. Los veo en la televisión, en el cine o el teatro y me llena de satisfacción que algunos de ellos hayan cristalizados sus aspiraciones profesionales y artísticas, porque no hay que olvidar que no todos llegan. Hay un 95 por ciento que se queda en el camino”.
De sus años mozos, durante la compleja década de los 50, recuerda que participó activamente en la lucha popular contra la dictadura perezjimenista. “Hacíamos teatro contestatario en el día y en la noche nos entregábamos a las actividades políticas. Hacíamos graffitis y repartíamos proclamas y propaganda. Y todo ese grupo estaba en una lista negra. Éramos Rafael Briceño, Héctor Myerston, Humberto Orsini y Román Chalbaud, entre otros. La llegada de la democracia no cambió nada: siguieron la torturas, los asesinatos, las represiones y hasta que afortunadamente, vino una pacificación, pero antes mataron a César Trujillo y Oswaldo Orsini entre otros”.
Los hijos de Socorro
Gilberto Pinto nació el 7 de septiembre de 1929 en una casa de vecindad de la parroquia Santa Rosalía. La obrera Socorro era su madre -ganaba seis bolívares semanales- y la de sus dos hermanos, Lilia y Porfirio Pinto, conocido posteriormente como el teatrero Luis Márquez Páez. Se ha desposado tres veces y tiene tres hijos. Y a su lado está la fiel Francis Rueda, destacada actriz. Sólo estudio hasta el sexto grado, pero su bachillerato y la universidad fueron los escenarios criollos. Sus únicas diversiones cuando muchacho las realizaba en la YMCA, cuando funcionaba en las inmediaciones del puente La Trinidad. No se arrepiente de nada pero tampoco olvida las vicisitudes vividas.

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