lunes, enero 22, 2007

Ionesco y Griffero

Mientras siete multisápidos espectáculos de teatro comercial se ofertan al público caraqueño desde dos salas privadas, discretamente, sin la parafernalia comunicacional ni contando con actores mediáticos, el grupo Séptimo Piso abrió su temporada en uno de los espacios del Centro Rómulo Gallegos con una pieza muy difícil de “comercializar”, como es La cantante calva del rumano-francés Eugenio Ionesco (1909-1994), dirigida por Dairo Piñeres y con sus comediantes Carlos Díaz, Alexander Rivera, Moisés Berroterán, Luis Vicente González, Marvin Huise y Morris Merentes.
Piñeres, como lo demuestra con el espectáculo que hace, cree en el teatro del absurdo como la expresión más moderna del teatro universal. Cree que estos nuevos tiempos son para entender más al absurdo que en épocas anteriores. Además del texto de Ionesco hará una pieza de Beckett (Esperando a Godot) y otro espectáculo con poemas y textos de otros escritores del absurdo. Por ahora, su versión escénica de La cantante calva luce atractiva y hasta trasgresora porque los personajes femeninos son encarnados por hombres.
Con su Séptimo Piso, con 11 años de calificadas labores culturales y dependiendo siempre de los aportes del Estado, ha producido este espectáculo de Ionesco, porque con la tradicional dramaturgia criolla ha estado desmotivado, “aunque eso está cambiando porque ya hay un movimiento que sí está desarrollando la escritura venezolana, hay más concursos, hay más apoyo y eso se está notando. Igual pasa conmigo y la escogencia de textos, creo que primero tenía que probar lo universal para luego enfrentarme a mi esquina, y eso es lo que estoy tratando de hacer: hablar de mi barrio, de mi esquina y de mi pueblo, pero es un proceso que estoy empezando y que quiero hacer. Este año queremos realizar proyectos con autores venezolanos, a veces uno piensa que los escritores no quieren ser montados o tienen mucho recelo con sus obras. El Estado debería promover no sólo la escritura sino el montaje de las obras criollas, los concursos deberían ser parte de su aporte a los escritores y su publicación, su montaje en vivo que es hacia donde tiene que ir una pieza teatral”.
Y dentro de ese mini universo de los siete montajes “comerciales” hay en especial uno que recomendamos por la metáfora política que encierra. Se trata de Príncipe azul, de Eugenio Griffero, con una alucinante anécdota melodramática cuyo trasfondo es la dictadura argentina que dejó una estela de muertos y desparecidos.
No hay que olvidar que el teatro comercial vive exclusivamente de la taquilla, pero no está de más recordar que la fórmula del éxito crematístico no existe, ni tampoco se vende la “piedra filosofal” que hace rico al artista y al productor, por lo que todo montaje es un riesgo. Es dura esa ley del dinero, pero es así: hay obligaciones laborales y empresariales que cumplir. ¡No hay que olvidar jamás que si no hay espectadores en sala, los esfuerzos y los anhelos de teatreros, empresarios y funcionarios fracasan!

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