lunes, agosto 21, 2006

¿Cuántas Fedras en el mundo han sido?

Desde hace 37 años somos testigos de una larga reyerta entre los miembros de la mínima familia de hacedores de teatro en Venezuela. Es una polémica que, al parecer, comenzó a finales de los años 50 del siglo pasado por ese huracán con faldas que era la argentina Juana Sujo, actriz culta que pretendió convertir a Caracas en urbe moderna en lo que a espectáculos teatrales se refería, quitándoles los sainetes criollos y los refritos de las comedias españolas a los pacientes capitalinos adocenados por la larga serie de dictaduras a que habían estado sometidos, para exhibirles los últimos éxitos de capitales modernas como Roma, París, Londres, Nueva York o Buenos Aires.
Hoy, como ayer, los unos fustigan a los otros porque hacen teatro comercial y los aludidos ni siquiera responden, al tiempo que estos prosiguen entregados a lo suyo, creando los espectáculos que les gusta o que les viene en gana y que el público, para el cual trabajan, les compra y les deja pingues ganancias, cosa que pareciera ser el verdadero objetivo de la disputa, una versión criolla del mítico toisón de oro. En esa lucha también estuvieron teatreros ilustres como Carlos Giménez, Horacio Peterson, José Ignacio Cabrujas, Fausto Verdial y paremos de contar, con la peculiaridad de que ellos, a veces se cambiaban de bando y las polémicas se hacían más intensas y hasta ilustradoras.
En fin, como es una lucha bizantina y hasta cainítica, creemos que lo mejor sería, ahora que este siglo amenaza convertirse en más salvaje o más cruel que el anterior, que los dos sectores en disputa deberían sentarse frente a una mesa, con unas cuantas botellas de vino de por medio o con unas cuantas jarras de café colombiano, para evitar excesos etílicos, y dedicarse a poner sobre el papel los motivos de las agrias disputas, en las cuales han consumido ya varias generaciones y nadie ha dado su brazo a torcer, pero en cambio si han ayudado o contribuido a disminuir la presencia del teatro como auténtica disciplina culturizadora como tal. ¡Recordamos aquí lo que cantó Oscar Wilde: ‘el hombre mata lo que más ama…’!
Con ese encuentro entre “los rivales eternos”, se podrían contar, amenamente, los unos a los otros, lo que no les gusta: como aquello de que se utilicen histriones de comprobado prestigio en la televisión y el cine, o sea con altos rating de sintonía, quienes, supuestamente, no son diestros sino meras caritas y cuerpecitos bonitos; y que además se utilicen comedias banales carentes de elevadas cimas de propuestas filosóficas, humanísticas, políticas, etcétera, etcétera. Los otros, que no son lerdos, sino que están bien informados y se han insertado celulares satelitales y demás aparatos cibernéticos, les recomendarían que naveguen más por la Internet para que se enteren de cuales son las tendencias mundiales en aquello del teatro de arte y el teatro comercial, quienes son los que pagan o financian tales actividades, cuales son los resultados medibles o cuantificables en números de espectadores y depósitos por las taquillas de las temporadas, y además que les pedirían ser menos intolerantes o menos talibanes, y que estuvieran más con los tiempos que se viven, salvo que pretendan imponer sistemas esclavistas, donde hay un esteta que decide los que todos deben hacer y lo que el pueblo, sin diferenciaciones posibles, deberán consumir, bien sea pagado o regalado.
LA LEY NECESARIA Si hubiese ese dialogo de gente inteligente y verdaderamente apasionada por el teatro sin adjetivos, podrían surgir soluciones sensatas, tales como un proyecto de ley que resguarde la actividad teatral vital para el desarrollo humanístico de una nación, tal como se hizo con el cine, y la cual haga énfasis en la educación sistemática de las nuevas generaciones de actores, autores y técnicos, así como los estímulos para la escritura de textos cónsonos con la realidad social y política de la nación o del continente, y por supuesto, apuntalar la construcción de salas y, como es lógico, contribuir a la producción de montajes de textos de autores consagrados y de piezas de jóvenes creadores.
En síntesis: Venezuela, con más de 400 años de historiografía teatral, carece de una ley que ayude o que procure recursos de diversa índole para la actividad teatral, que a su vez le permita al público un mayor abanico de posibilidades para degustar, que estimule a los investigadores de estéticas, tal como sucede en otras naciones, especialmente las europeas, o en la hermana Argentina. Hay que copiar siempre lo bueno y desechar lo que tenga tintes tiránicos, como es excluir al otro que “no hace lo que a mi me gusta” o “lo que yo no puedo hacer”.
¿ARTE O COMERCIO? Hemos hecho este introito, porque está en cartelera un espectáculo de teatro de arte, que no es comercial, según su versionista y director Costa Palamides. Ha llevado a escena, con su agrupación Teatrela, el texto Fedra del francés Jean Racine (1639-1699), quien, entre otras cosas escribía, para demostrar las ventajas o desventajas de la pasión entre los seres humanos, como le ocurrió a su heroína Fedra (encarnada ahora por Diana Volpe,) al enamorarse de Hipólito (Oswaldo Maccio), el hijo de su esposo Teseo (Ludwig Pineda), y de su “cobardía” al no asumir su amor “delictuoso” con lo cual llevó a la muerte a su hijastro que la rechazó.
Nos parece muy bien que se escenifique un texto con tanta historia a sus pies y con tantas lecciones humanísticas que puede aún transmitir algún estremecimiento a las audiencias del caraqueño siglo XXI, pero lo que no compartimos es el poco riesgo artístico que asumió el director-versionista, la poca audacia para abordar un texto con tantas lecciones morales que exigían mayor claridad, mayor fluidez para hacerlo verdaderamente útil, que obligaba incluso hasta un didactismo, cosa en Venezuela siempre hace falta.¡El teatrero es un educador, un maestro!
En fin, era peligroso montar a esta Fedra sin una ruptura del texto. Habría sido mejor ponerlo en prosa y dejar de lado el verso, no sólo para ayudar a los actores –con muy poca o ninguna experiencia en tales menesteres de tirar sus líneas en alejandrinos- sino para impedir el aburrimiento de los espectadores poco acostumbrados en escuchar teatro versificado. Además no hubo ninguna experimentación en la puesta en escena y el vestuario, algo que trajese esa crisis pasional de la protagonista a los tiempos actuales y la hiciera más detectable en la Caracas contemporánea, donde esos amores no solo son posibles sino frecuentes, sin que se pretende ser antimoralista, sino que al público no hay que alejarlo de su realidad, sino todo lo contrario, hacerle ver que esos personajes están al otro lado de su apartamento y que además no hay para que tomar decisiones tan rotundas, ya que las pasiones no tiene porque llevar a la muerte y generar tales catástrofes, que el amor, aunque no sea lo recomendable, no debe ir contra ciertos postulados sociales, salvo que se quiera estar en la línea amarilla de lo peligroso por el choque con el rival o el castigo de la ley.
Por supuesto que este espectáculo con un concepto y una realización de puesta en escena más contemporáneos y verdaderamente creativos, con atuendos menos museísticos, pensado no sólo en el lucimiento de los actores –vimos un ensayo general donde se desató una competencia de “furzios”(errores) - sino también en "el crítico de las mil cabezas" , como es el público, para el cual trabajan, habría sido más placentero por lo didáctico y además permitido un mayor acercamiento al personaje femenino y generar, incluso, una discusión en torno al drama de la mujer que no puede amar hasta más allá de lo permitido y que si lo hace se la lleva el demonio, cosa que no sucede con el hombre, pero eso ya seria otra obra, porque para Racine las mujeres no podían pensar ni tener pasiones, salvo que quisieran condenarse. Lo único que les estaba permitido era reproducirse y entregarse al marido dado por la iglesia.¡Misógino era el caballero!
Creemos que “un teatro de arte”, como este que ha pretendido Costa Palamides, debe generar siempre preguntas entre la audiencia, y no ese plúmbeo aburrimiento, porque nunca el teatro debe hacer cabecear al espectador, sino todo lo contrario: mantenerlo despierto en el cuerpo y en la mente.
¿Como habría sido este texto Fedra, montado por una productora de “espectáculos comerciales”? Estamos seguros que no cambiarían ni un alejandrino y utilizarían a los actores más populares -ayudados por un apuntador- con trajes de firma y exhibiéndose o modelando en un lujoso livingroom. Como es previsible, la taquilla reventaría, ya que estamos seguros que el público acudiría en masa, aunque después se burlaría de “los furores uterinos de esa vieja empeñada en echarle los perros al pavo”, pero muy difícilmente se compadecería de las pobres Fedras que en el mundo han sido.
¡Solamente un montaje altamente creativo puede reivindicar a las mujeres, en este caso Fedra!


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