viernes, junio 23, 2006

La soledad de unos avioncitos de papel

Desde los inicios del siglo XIX se hace teatro en español desde diversos escenarios de Nueva York. Durante la segunda cincuentena del XX, el movimiento teatral hispano o latino alcanzò su mayor desarrollo, gracias a la aparición de instituciones como el Iati, con el venezolano Abdón Villamizar a la cabeza, y muy particularmente por el empuje y los retos que se impuso Repertorio Español, gracias al hábil liderazgo de Gilberto Zaldìvar, René Buch y Roberto Federico. Pero también en la centuria pasada, hacia 1975, fue fundada y puesta en marcha desde entonces, gracias a Mario Peña y Margarita Toirac, la compañía Latin American Theater Ensemble (Late).
La misión de Late, que desde entonces ha cumplido a cabalidad, pese a los obstáculos externos, no ha sido otra que promover el teatro latinoamericano por intermedio de sus producciones; entrenar e instruir a miembros de la comunidad hispana que no tenían acceso o no podían afrontar otras fuentes de entretenimiento profesional, y además desarrollar talentos y conocimientos en las artes teatrales, incluyendo dramaturgia y otras especialidades de las artes escénicas.
Admitimos que es ahora, durante estos lentos y definitorios avances de siglo XXI, que hemos podido degustar y aplaudir una producción de Late (o La Tea, como lo denomina la comunidad hispana), gracias a la gentil invitación de la venezolana Aminta de Lara, quien funge como directora artística. Vimos, el pasado 16 de junio, pues,- en su sede, en el 107 Suffolk Street, suite 200, entre Delancy y Rivington- el espectáculo Aviones de papel, creado por Berioska Ipinza, a partir de la pieza homónima de la actriz y dramaturga colombiana Diana Chery.
Diana Chery empezó a estudiar teatro profesionalmente a los 18 años- ya hace 11- hasta que se graduó como maestra en artes escénicas, con énfasis en actuación, en la Academia Superior de Artes de Bogota. Se instaló en Nueva York, desde el verano del 2001, para aprender el inglés. Pero el amor la atrapó y desde el 2002 comenzó a trabajar en una producción teatral donde conoció actores que la contactaron con la buena gente de grupo Iati (ahora bajo la conducción de Vivian de Angelo), quienes han sido sus “angelitos de la guarda teatral” en la fantástica Nueva York. Hacia la temporada del 2005, el Iati le produjo su ópera prima, Partidas, en el 2005. Por intermedio del venezolano Pablo García conoció a Aminta de Lara -encuentro tan fructuoso como milagroso- y con ella han formando un equipo de trabajo que “esperamos nos siga dando inyecciones de vida y trabajo como hasta ahora”, puntualiza esta mujer de aguda inteligencia y de trato abierto y transparente como sólo lo hacen las colombianas de Cali.
Ahora Diana Chary acaba de estrenar Aviones de papel, escrita, durante el 2005, en un taller de dramaturgia en el Iati. Advierte que la idea de sus personajes nació en Colombia hace aproximadamente seis años. “Yo escribo sobre imágenes, sensaciones o temas que me interesan y luego desarrollo la historia con esquemas más intuitivos que académicos. Me interesa la cotidianidad del ser humano; la sutileza y la importancia de lo que no es trascendental en los diarios o en la televisión, pero que sí es vital para un individuo, y por lo tanto, para la sociedad. Cuando llegué a Nueva York, empecé a retratar todas las soledades en los cafés, en las calles, en los bares, en los trenes, porque en mi país nunca vi. tantas soledades reunidas o juntas. Lo más contradictorio, es que los espacios son reducidos o apretados, pero cada persona carga consigo un mundo lleno de nostalgias, de penas y además unas barreras impenetrables. Cuando vi. esto decidí que quería rescatar aquella vieja idea de dos personas que se conocen a través de una ventana o división de sus apartamentos pero no pueden concretar una relación -de ningún tipo- aun estando tan ‘cerca’. Así nació mi segunda pieza, donde ahora actúo al lado del chileno Pietro González”.
Este montaje de Aviones de papel permite ponderar no sólo el drama de las soledades en las grandes ciudades, sino además asomarnos a los horrores de la violencia domestica sobre las féminas. Ahí esta Beatriz (Diana Chery), que ha huido del lecho del hombre con el cual estuvo unida o casada, tratando de rehacer su existencia en medio de la soledad de un apartamento mínimo que está separado del vecino por un delgada pared—la metáfora es una fila de aviones de papel en el piso- donde a su vez se ha instalado un hombre, Diego (Pietro González) empeñado en reencontrarse con su pasado y consigo mismo. Surge una amistad básica y hasta hay síntomas de que esos dos seres humanos pueden ir un poco más allá, pero esas dos soledades urbanas que se habían reunido volverán a separarse y seguirán en las búsquedas de sus destinos.
Es, de verdad, una pieza grata, a pesar de la amargura de su mensaje. Es un teatro que estuvo muy de moda en los años 50 y 60, cuando el existencialismo francés era la filosofía que consumían las clases medias de la sociedad capitalista de occidente. Pero la soledad no se fue y se quedó en las almas de todos los que descubrimos que nace con nosotros y que nos acompañará hasta la tumba, por que es como nuestra sombra. No es una pieza vieja o añeja, nada de eso. Es una obra sobre una condición eterna de todos los seres humanos: la soledad, esa que nadie, hasta ahora, ha explicado o curado, porque la misma se hace más patética a medida que se avanza en esa inevitable marcha de los "envejecientes". No sabemos que pasará con el teatro de Diana Chery, pero de lo que si estamos seguros es que ella crecerá como ser humano y es posible que produzca más y mejores piezas. Tiene un mundo por terminar de hacer y tiene materia en bruto para hacerlo, además de su propia filosofía: hay que aprender a vivir en soledad dentro de una sociedad que no da soluciones jamàs; hay que aprender a vivir desde adentro, a vivir consigo mismo, con sus pensamientos y sin los ruidos de los demás solitarios.
El espectáculo resulta placentero porque se juega entre el hiperrealismo y las situaciones mágicas, y es ahí donde Diana Chery demuestra además sus impactantes condiciones histriónicas. Es casi como un sueño lo que pasa en la escena, pero muestra sin dobleces como dos seres humanos pretenden resolver sus dolencias nacidas de la soledad. Es perfectible en las interrelaciones de los personajes y puede suscitar interesantes discusiones si se le exhibe ante una comunidad dispuesta a intervenir y propalar sus opiniones. Ese sería un gran regalo para los neoyorquinos que le tienen miedo a la soledad.Creo que descubrirìan el montòn de avioncitos de papel que los separa de los demas.

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