jueves, junio 01, 2006

¡Crímenes!


Han fracasado todos los esfuerzos por crear un sólido movimiento teatral sin el apoyo del Estado venezolano. El mero financiamiento con los bolívares que deja el público en la taquilla no ha servido para mantener una serie de salas teatrales abiertas y las respectivas compañías de actores. El caso, verdaderamente histórico, del Teatro Chacaíto, con 36 años en su haber, por obra y gracia de la magia de Jorge Bulgaris; y el recién nacido Teatro Trasnocho -tiene sólo cuatro añitos- son los únicos espacios teatrales funcionando para eso que nadie osa nombrar por su nombre: teatro comercial. También hay que registrar el esfuerzo que adelanta el Teatro Escena 8; ese experimento privado que recién empieza y tiene por gerente-director al veterano comediante Aníbal Grunn. ¡Suerte!
Los demás son del Estado, algunos están cerrados por eternas reparaciones, otros han sido entregados a actividades más mundanas, cuando no han caído bajo raros comodatos con algún ente estatal.Hay desde luego un tema que nadie quiere tocar y es el referido al verdadero público que tiene el teatro, en Caracas, por supuesto. Todos los intentos por contabilizarlo no han tenido un rigor científico y lo único que se tiene es el número de entradas vendidas para aquellos espectáculos que alcanzan cuatro o seis meses en cartelera, teniendo en cuenta que sólo hay funciones de viernes a domingo. ¿20.000 personas para un montaje exitoso? Es poco y con una audiencia tan reducida nada puede hacerse, salvo esperar a que las nuevas generaciones de espectadores crezcan y descubran al teatro como algo diferente y mejor que la diversión hueca y manipulada de la televisión y el cine “made in Hollywood”.
En síntesis, producto de nuestra experiencia como cronistas, durante los últimos 37 años, algo raro pasa que Venezuela no es dueña de un movimiento teatral independiente. Lo que sí existe es un híbrido integrado por agrupaciones subsidiadas por el Ministerio de la Cultura y unos vente-tú que arriesgan sus ahorros para montar espectáculos destinados a captar audiencia, sin pasar por los rigores del “gran teatro”, o sea, textos ligeros que fueron probados allende de las fronteras y dejaron mucho dinero en la taquilla. Si llegase a cerrarse el “chorro” de los dineros del Fisco Nacional, gran parte de esos elencos subsidiados dejarían de exhibirse, creando serios problemas culturales a una sociedad que todavía no se ha dado cuenta de la importancia del teatro, además de las lógicas frustraciones de los actores y actrices que tendrían que asaltar a las televisoras para conseguir trabajo o hacer ese teatro comercial que tanto han vituperado.
Todo esto es bueno recordarlo porque el trabajo que se adelanta en el Trasnocho Cultural es importante para posteriores desarrollos teatrales, si es que surgen unos cuantos empresarios interesados en construir salas y ponerlas al servicio de las agrupaciones teatrales o de esas minicompañías de artistas que tienen textos vendedores.
Y al referirnos al Teatro Trasnocho hay que subrayar que esa sala hace parte de ese mall del espectáculo y el arte que es el Trasnocho Cultural. Inverosímil “burbuja de cristal” que funciona, porque existe una fundación privada, creada por las dueñas del Centro Comercial El Paseo de Las Mercedes. Un vivo ejemplo de filantropía privada aplicada por gente que sí ama la cultura y quiere ayudar a su desarrollo. Una especie de Ateneo privado que es único en todo el país petrolero.
Y es precisamente en el Teatro Trasnocho donde actualmente se exhibe un experimento destinado a captar espectadores para divertirlos y hacerles reflexionar un tanto sobre las relaciones matrimoniales de los sectores burgueses, un tema que ha sido tocado por muchos autores modernos, desde Ibsen hasta Albee y pare de contar.Ahora se hace esa singular terapia teatral con la pieza Pequeños crímenes conyugales, del francés Eric-Emmanuel Schmit (50 años), puesta en escena por Moisés Guevara y apuntalada por la primera actriz Carlota Rosa y el meritorio comediante Marcos Moreno. La anécdota es simple: un marido regresa a su casa, después de un extraño accidente que le hizo perder la memoria. Lo que pasa de ahí en adelante es un cuento muy largo, para nuestros gustos, donde “Carla” (Carlota) y “Alejandro Estrada” tienen unas largas tiradas de textos, algunos insustanciales y adormecedores. Creo que el espectáculo hay que quitarle, por lo menos, unos 20 minutos, pues así el evento sería más fresco y menos fatigoso.
Luce bien el trabajo general del director Guevara y el dispositivo escenográfico y la iluminación, creados por Fernando Calzadilla.

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