viernes, septiembre 30, 2005

Ahora Bogotá

Desde la temporada del 2004, la pieza Jav y Jos, de José Simón Escalona, en el audaz montaje que se inventó Daniel Uribe, ha seguido capturado espectadores venezolanos, alcanzando, al cabo de dos años, no menos de 50 mil espectadores en esta Tierra de Gracia. Ahora hace su primera incursión a un país vecino, precisamente a la sala Teatro Nacional, de Bogotá, donde desde este miércoles se está exhibiendo. Todavía la crítica colombiana no ha dado ni “sí” ni su “no”.
En ocasión de su reposición en el Ateneo de Caracas, pues se exhibió primero en el Celarg, donde estuvo desde febrero hasta noviembre de ese año, escribimos que al público criollo no lo asustan las locas ni las dragqueen en los teatros ni tampoco en las calles. Una parte de esa audiencia también disfruta o contempla el maratónico show que montan los travestis en las vías de Caracas o Maracaibo, sin contar los espectáculos en locales para todo tipo de espectadores. ¿Liberados o pura catarsis?
El siglo XXI puede ser como la centuria anterior: interminables desfiles de las facetas de la homosexualidad, masculina o femenina, nutrirán las carteleras teatrales ante las exigencias de la audiencia, con lo cual se materializa aquello de que “la mariquera es un buen negocio”, como lo dice el personaje Jos (Luis Fernández). Psicólogos, psiquiatras o sociólogos pueden arrojar unas cuantas luces sobre esas conductas voyeristas del público o ayudar a definir así los lineamientos de una estética del gusto homoerótico, la cual aparece o se desborda cuando la oportunidad es mostrada desde las tablas o en la penumbra de una avenida. Y una prueba de ello es el éxito de taquilla que hasta ahora ha obtenido esta pieza de José Simón Escalona, la cual, bajo la dirección de Daniel Uribe y con las actuaciones de Luis Fernández, Juan Carlos Alarcón y Miguel Gutiérrez, hizo temporada en la Sala Anna Julia Rojas.
Jav y Jos (1984), estrenada por Javier Vidal y el mismo Escalona dos años después, es otra joyita de la dramaturgia de temática homosexual o gay, la cual antes ha sido abordada de forma directa o tangencial por autores como Antonio Saavedra, Leopoldo Ayala Michelena, Rafael Guinand, Román Chalbaud, Isaac Chocrón, Johnny Gavkloski y hasta el bolivariano Rodolfo Santana. Para esta pieza, su autor retoma las enseñanzas de Chocrón y plasma la historia del dueto Jav y Jos, quienes han decidido terminar su relación de pareja o amistad íntima ante el hastío en que sobrenadan sus angustias existenciales y, fundamentalmente, porque han descubierto que la vejez, para no aludir a la muerte, es imparable y que lo mejor es romper para volver a empezar otra unión, creyendo que así el tiempo retrocede y continuarán viviendo en “el país de nunca jamás”, porque son, sin saberlo o comprenderlo, versiones carnales del fantástico Peter Pan.
Tennessee Williams enseña que lo importante de una pieza teatral no es la conducta sexual de los personajes, sino que en ella se digan cosas más universales y no tan particulares. Eso ocurre con Jav y Jos, que no es sólo una mascarada que se inventan unos homosexuales para exorcizar sus soledades o angustias existenciales. Es un recurso del autor para mostrar y proponer una reflexión sobre las peculiaridades de una vida en pareja cuando ésta no tiene hijos carnales o putativos, ni tareas que les consuman tiempo y reflexiones cotidianas. Es un show sobre la soledad en medio del boato de la farándula y la vida sin complicaciones, al tiempo que es un permanente viaje hacia el pasado perdido.
El espectáculo Jav y Jos del siglo XXI, tiene un exultante barroquismo, sin exagerar ni mostrar más allá de las nalgas de Valcárcel. El gran trabajo es de los actores, en especial de Fernández, no sólo por el riesgo físico -usan elevados tacones todo el tiempo- sino por la caracterización que dan a sus personajes, quienes oscilan entre el desenfrenado dragqueen hasta el respetable caballero fashion que no tiene ni entiende la razón misma de su existencia. Hay decenas de chistes para disfrutar, pero la atmósfera es trágica, aunque las luces de una discoteca inviten a olvidar.
¿Que pasará en Bogotá? No sabemos, pero es interesante esta confrontación, tanto por la pieza, como por los actores. Ya escribiremos sobre ello.

jueves, septiembre 22, 2005

Mala sangre

Ha comenzado la temporada teatral caraqueña 2005-2006 con un espectáculo que vino desde Guanare. Se trata de La sangre, de Sergei Belbel (España, 1963), con una deficiente puesta en escena por Armando Holzer, pero correctamente producido gracias al tesón de la Compañía Regional de Teatro de Portuguesa (Crtp) y la Compañía Nacional de Teatro (CNT), o al empeño de sus gerentes culturales Carlos Arroyo y Eduardo Gil para hacer posible ese montaje, el cual hizo una breve temporada en la Sala Alberto de Paz y Mateos.
La sangre no es cualquier texto teatral. Es la terrible historia del secuestro de la esposa de un líder político y de la macabra negociación que se establece entre sus captores y los familiares de la desdichada mujer, porque, para presionar el pago del rescate, le van cortando o amputado partes de su cuerpo: primero es un dedo; después una oreja, luego un pie y al final: la cabeza. ¡La realidad siempre será superior a la ficción teatral, que no se olvide jamás!
Belbel, ya conocido en Caracas por su comedia Hombres, no ha inventado nada.Ese método de secuestrar y despedazar al raptado es casi cotidiano entre las tácticas de los delincuentes corrientes y los terroristas. Lo que si creemos es que por primera vez se lleva al teatro. El fin último de esta pieza es advertir sobre los excesos de una sociedad donde la muerte o la amputación son ya banalidades para los medios de comunicación, una sociedad que está drogada por tanta violencia, una sociedad que vive una segunda Edad Media.
El espectáculo La sangre está preñado, sin lugar a dudas, de buenas intenciones y es además consecuencia de una esmerada entrega de los actores y los productores, pero en la función inaugural lo que se percibió fue un fastidio generalizado, de principio a fin, porque la dirección se equivocó no sólo en los conceptos de la iluminación, sino que además se le olvidó el ritmo de las escenas -no estamos pidiendo un videoclip- e hizo del montaje un dilatado ritual a media luz. Como consecuencia: mató la emoción de la pieza y los espectadores se aburrieron, algo grave en el teatro, por la lentitud del discurso escénico y por esa sórdida penumbra o equivocada iluminación. ¡No hay derecho a tantos excesos seudo artísticos!
Lo que si no tiene mácula es el trabajo actoral. Un verdadero elenco de profesionales que se los quisiera una agrupación caraqueña. Ellos son: Mayeli Delfín, Elvis Collado, Emilger Arroyo, Jenifer Goyo, Edilsa Montilla, Lihusmar Ostos y Jesús Plaza. Actores bien trabajados, no sólo para este espectáculo, sino porque desde 1991 acompañan a Carlos Arroyo y es mucho lo que han estudiado y experimentado. Es por ello que hemos escrito esta crítica, porque no tienen la culpa de los errores de otro. ¡Se hace camino!
Otro problema
Hubiésemos querido más calidad en el evento abridor de otro año teatral, más brillo en esa puesta en escena, porque se trata de un meritorio director criollo y una respetable institución de la siempre abandonada provincia, pero, al parecer, no se puede pedir tanto a un movimiento artístico que hace esfuerzos para no perecer en medio de la incertidumbre financiera, a consecuencia de las fallas administrativas de un Estado que atenta contra sí mismo.Sí, un Estado que aún mantiene rémoras de anteriores gobiernos. No puede ser que durante los nueve primeros meses de este difícil 2005 la mayoría de las agrupaciones teatrales, como la Crtp, no hayan recibido sus subsidios para la producción de los montajes, una anomalía que afecta todo, pues sin los recursos financieros no hay cómo trabajar, ni cómo atender a los artistas. Si no hay cómo pagar un servicio, no hay moral para exigir calidad y todo termina por hacerse a medias. Creemos que no hay mala fe ni mala conciencia entre los funcionarios del Conac, sino una obsoleta y maldita metodología del trabajo burocrático, el cual impide que los recursos fluyan a tiempo, cuando precisamente esos aportes están asignados o aprobados desde el primer trimestre de cada año. No puede un gobierno estar de espaldas a sus artistas. No puede ser que se piense en paradigmas de cambios, pero los músculos estén inertes o anquilosados. Ojalá que el Ministerio de Cultura pueda tomar cartas en este asunto. Habrá que esperar a que el Instituto de Artes Escénicas y Música (Iaem) entre definitivamente en funciones y así las agrupaciones reciban a tiempo los recursos que el Estado asigna para los creadores culturales, que no son sólo los del sector de espectáculos

viernes, septiembre 16, 2005

Dos cubanos

Gracias a la agrupación Teatrela (Teatro de Repertorio Latinoamericano) hemos conocido en la escena un par de piezas del mejor teatro cubano: Los mangos de Caín, de Abelardo Estorino, y Falsa alarma, de Virgilio Piñera. Obras que bajo el título genérico Trópico del crimen hicieron temporada en la Sala Luis Peraza, donde se lucieron los actores Diana Volpe, Ludwig Pineda, José Gregorio Martínez y Félix Colina, dirigidos con creatividad y precisión por Costa Palamides, director de esta agrupación caraqueña que ha organizado una verdadera “fiesta patronal” para celebrar que llevan 20 años haciendo buen teatro, superando a las rémoras y mezquindades propias del trópico caribeño.
Los caraqueños amantes del teatro deben a Teatrela el acercamiento a autores cubanos claves, como Estorino (1925) y especialmente de Piñera (1912-1979), de quien sólo se había exhibido, a nivel profesional y en producción nacional, a Dos viejos pánicos , en un montaje que hizo Luis Julio Bermúdez en el Teatro Chacaíto, en los años 70.
Pero, ¿Por qué el teatro de la patria de José Martí, se escenifica poco aquí en Venezuela? Se desconoce, como lo subraya el crítico Orlando Rodríguez, la importancia del humor y el absurdo en la dramaturgia insular, heredados del mejor teatro bufo hispano del siglo XIX, donde Virgilio Piñera incluso se convierte en un precursor de la absurdidad con su Electra Garrigó, estrenada en 1948, dos años antes que el rumano Eugene Ionesco exhibiera La cantante calva y se hiciera famoso y hasta lograra, décadas después, el Premio Nobel de Literatura.
¿Qué por qué se monta tan poco teatro cubano? Hay muchas respuestas, algunas crueles, pero la verdad es que el eurocentrismo impera aún en cada uno de los paises americanos y no se sabe cuándo será superado ese atavismo cultural, uno de los peores resabios del coloniaje a que ha estado sometido este balcanizado continente .Igual ocurre con el teatro venezolano, el cual incluso en varias temporadas es más representado afuera que aquí. ¿Tendrá que venir una disposición oficial para hacer obligatorias las escenificaciones de la dramaturgia criolla o imponer una especie de uno por uno como sucede en la música? No se sabe, pero son los mismos teatreros quienes deben proponerse a escenificar a los mejores autores y no esperar que se los impongan el gobierno o se los negocie “suavemente”.
Trópico del crimen
El director Costa Palamides tomó los textos de Estorino y Piñera y los unió para su espectáculo, separados por un breve intermedio para los cambios escenográficos, a partir de la crítica que ambos dramaturgos hacen a la justicia: uno, a la del Todopoderoso, y otro, a la humana o terrenal, esa que debe ser ciega y muda. De ahí el titulo Trópico del crimen, porque en ambas se mata el cuerpo o el alma de seres humanos.
En Los mangos de Caín (1965) se metaforizan los antecedentes de por qué Abel fue asesinado por su hermano , además de las extrañas relaciones entre Eva y sus hijos y la impertinente presencia de Dios en los momentos menos esperados. Hay un fino juego humorístico en torno al mito bíblico, pero sin caer en chabacanerías, y al mismo tiempo se alude al Todopoderoso que fue ser una alusión al poder de un gobernante supremo, de eso que han abundado y aún permanecen en América. En síntesis: es una deliciosa pieza cubana, donde las manzanas han sido sustituidas por mangos.Más obvio no puede ser lo que ahí se propone. De ahí su importancia para que nuestros dramaturgos jóvenes y los espectadores la disfruten.
Falsa alarma (1959) es una de la más corrosivas críticas que hayamos visto en el teatro sobre la justicia burguesa, esa que combina el placer sensual con los códigos, con la buena vida y las torturas psicológicas a los que han caido en desgracia y están sometidos a un absurdo proceso judicial. No es nada agradable ni placentera la pieza. Es árida, porque así lo escribió el autor, aunque gracias a la habilidad del director Costa se hace digerible, apoyado por ese buen cuarteto de comediantes: Diana, Ludwig, José Gregorio y Félix, quienes se lucen con las dos piezas.
¡Viva el buen teatro cubano representado!

jueves, septiembre 15, 2005

Copenhague en Caracas

La bomba atómica fue inventada en las universidades europeas y norteamericanas. Después comenzó una endemoniada carrera entre Estados Unidos, Alemania y Japón para ver quien la fabricaba y la utilizaba primero en objetivos militares, civiles e industriales en contra de sus rivales. Washington lo hizo y lanzó tres artefactos -destruyeron a Hiroshima y Nagazaki, y la refinería Tsuchizaku- para iniciar, desde aquel nefasto agosto de 1945, la era del terror nuclear
Al principio fue el predominio atómico unipolar de Estados Unidos y después se convirtió en tragicómica competencia con otras siete naciones para ver quién lograba reunir las armas más potentes y jugaba a sobrevivir después a una conflagración con tales engendros tecnológicos.
De esta manera, uno de los descubrimientos más trascendentales de la ciencia, como es el control de la desintegración del átomo, se transformó en una apocalíptica espada de Damocles que amenaza la vida humana y vegetal de todo el planeta. Ahora, lo único que se puede hacer para anular el poderío acumulado es concertar la paz, como lo recomendaba Albert Einstein, acuerdo pacifista que estará siempre sobre la cuerda floja y podrá romperse cuando algún gobernante megalómano decida zanjar sus diferencias ideológicas o desacuerdos comerciales con el vecindario y utilice una o varias de las letales bombas, a riesgo de recibir una contundente respuesta. ¡Será el final de todo!
Gracias a Copenhague, excelente pieza teatral del británico Michael Frayn, la cual hace temporada en la Sala de Conciertos del Ateneo bajo la correctísima dirección de Héctor Manrique y con las estupendas actuaciones de Juan Manuel Montesinos, Alejo Felipe y María Cristina Lozada, los venezolanos podrán conocer ciertos detalles íntimos de cómo se gestaron las primeras atómicas a partir de una historia real y las deducciones que el dramaturgo hizo, tras exhaustiva investigación, de las relaciones de amistad que mantuvieron, hasta la muerte, los científicos Niels Bohr (judío danés) y Werner Heisenberg (alemán) .
En Copenhague, texto que debería ser llevado al cine por toda la historia del contexto ahí acumulada, como es la Segunda Guerra Mundial y sus epílogos, se revela, una vez más, la maldad que los seres humanos llevamos por dentro, ese deseo de ser dioses o demonios, sin medir las consecuencias de tales locuras. Bohr y Heisenberg tenían en sus manos los mecanismos teóricos que permitían la creación de las primeras bombas, bien para Estados Unidos o Alemania. Los nazis perdieron esa competencia y quedó la duda de si fue por una deslealtad o una crisis ética de Heisenberg, o porque Bohr sí tuvo todo el apoyo final para armar la primera atómica en el laboratorio de Los Álamos. Que uno haya sido bueno o malo el otro, ya no importa.¡Lo único cierto es que todos los científicos le fallaron a la humanidad y crearon un Frankestein con el cual habrá que dormir hasta que llegue la hora del Juicio Final!
Es cruel lo que enseña la metáfora de Copenhague. Aquellos espectadores que ignoren lo que es el átomo y sus interioridades, así como el infierno que encierra, podrán disfrutar de la habilidosa puesta en escena y de las actuaciones, donde hay un desconocido Montesinos (Heisenberg) jugando a ser el bueno de esa tragicomedia, un Felipe (Bohr) empeñado en salvar a la ciencia por encima de las debilidades humanas y una Lozada (Margarita) como mediadora del choque de trenes de esos dos hombres que se jugaron el futuro de la humanidad. Este espectáculo, de puro texto, con tres de los mejores actores que tiene el teatro venezolano actual, es una lección de trabajo digno, constante y único, como lo está haciendo Héctor Manrique, quien a sus 43 años ha montado 20 obras y actuado en 30.
A 60 años de las primeras muertes colectivas con armas atómicas, la humanidad asiste aterrada a otro experimento científico que podrá ser igual de nefasto o peor que lo que hicieron los sabios atómicos. Y es la competencia que hay entre varios laboratorios para la utilización de embriones humanos o células madres, en supuestas curas milagrosas de enfermedades degenerativas u obtener seres perfectos, o clones que podrían ser dedicados a muchos fines, supuestamente altruistas. Pero es casi seguro que no será así y nadie debe extrañarse de que mañana aparezca alguna arma biológica para dominar a tal o cual sector del planeta. ¡Dios nos salve!

jueves, septiembre 08, 2005

Violentísimo

Jesús Mandingo (José Manuel Suárez) tenía 15 años. Ahora yace en la morgue y dentro de unas cuantas horas irá al último sector del cementerio. Su único deseo vital era poder volar un papagayo y conocer además la felicidad y el amor. Así lo aprendió de su adorada abuela (Myriam Pareja), quien le repetía: “El amor es lo único verdadero de esta vida. Si no lo sientes por nadie, si nadie lo siente por ti, estás muerto. Si no lo tienes dentro de tu corazón, no vale la pena ni respirar”. Ese parlamento, poético además, remite al espectador a ese popular verso de Walt Whitman, que repetía, cual letanía, Carlos Giménez: “Quien camina una legua sin amor/camina amortajado a su propia sepultura”.
Al adolescente Mandingo lo mataron unos desconocidos a tiros en las escaleras de su humilde e infrahumana barriada. Algunos suponen que fue gente de su mismo barrio, porque tenía conflictos o unas cuantas “culebras”; pero otros, más avezados, comentan que lo hizo un equipo de exterminadores o personas interesadas “en la profilaxia social, para así evitarse mayores problemas cuando esa niñez descarriada crezca”. ¿Fascismo?
¿Pero quién es ese Jesús Mandigo que todos sabemos que existe, pero que nadie hace algo para rescatarlo y salvarlo? Es el protagonista del espectáculo Violento, creado por Aníbal Grunn a partir del texto original de Ana Teresa Sosa (Caracas, 1956), una sobria y artística producción de Benjamín Cohen que se exhibe en la Sala Rajatabla y donde intervienen, entre otros, Flor Elena González, Saúl Marín, José Manuel Suárez, Aileen Celeste, Marco Alcalá, Guillermo García y Myriam Pareja, entre otros.
Violento presenta otra cruda y recurrente situación de miseria humana en una anónima urbanización popular de una desconocida urbe. Puede ser Sao Paulo, Medellín o Caracas, o alguna otra ciudad latinoamericana, donde niños y niñas se crían en las calles, conocen todos los vicios a tempranas edades, los hacen adictos a los narcóticos o a la pega de zapatos, los prostituyen o los usan para asaltos o asesinatos, tras adiestrarlos como eficaces sicarios. ¡Colombia no es la única!
Esa temática que Sosa ha llevado ahora al teatro no es nada nueva ni original, pero si resulta creativa la forma como escribió el texto y la poesía que emanan de sus personajes, como los resueltos por el niño Suárez y la veterana actriz Pareja. El teatro venezolano del siglo XX está rebosante con esos prototipos de la marginalidad urbana, según como fueron creados por autores de la talla de César Rengifo, Román Chalbaud y hasta el mismo Rodolfo Santana. Lo que ocurre es que en los albores del siglo XXI lo exhibido por Violento es mucho más estremecedor porque ahora pululan o abundan más esos niños delincuentes y porque la descomposición social está más agudizada que en las décadas anteriores. Y no hay que echarle la culpa a una de las tantas gerencias políticas del Estado, sino que hay que cambiar al mismo Estado y adelantar una reingeniería social donde el éxito no será fácil ni inmediato, ni está garantizado.
Debemos aclarar que Violento no transcurre únicamente en Caracas, sucede en cualquier ciudad latinoamericana donde los índices de pobreza solamente se conocen en los medios de comunicación y en los batiburrillos políticos donde se usan para alcanzar presupuestos que nunca llegan a su destino. Cosas como las que dicen Sosa y exhibe Grunn son reflejadas constantemente en periódicos y televisoras, a sabiendas de que la muerte y la violencia son temas banales, cotidianos, y compiten por la situación más escabrosa o la mayor cantidad de víctimas.
Es imposible ver a Violento o el filme Secuestro Express, y quedarse impávido. Ha tenido que ser el trío Sosa-Grunn-Cohen el que se haya atrevido a recordarle a los caraqueños lo que pasa en este continente, donde abundan los recursos naturales y los económicos pero faltan los gerentes políticos adecuados, para emprender las profundas reformas sociales que se requieren y que los sabios han recomendado.
El espectáculo, sin ser novedoso en sus planteamientos, es ágil y práctico, además utiliza de gran manera a la Sala Rajatabla, donde se han exhibido montajes trascendentes del teatro criollo durante varias temporadas. Hay un elenco bien adiestrado, que dice bien sus textos, como tiene que hacerse cuando se interpreta una pieza coral del talante de Violento. ¡Bravo!

lunes, septiembre 05, 2005

El método Grönholm

Sin mucho aspaviento se estrenó en el Teatro Trasnocho la excelente y ejemplar comedia dramática El método Grönholm, del célebre dramaturgo español Jordi Galcerán (Barcelona, 1964), el mismo de Palabras encadenadas, bajo la correcta dirección de Daniel Uribe Osío y con las destacadas actuaciones de Miguel Ferrari, Marcos Moreno y Vicente Tepedino, además del entusiasta debut de Viviana Gibelli. Se trata de un espectáculo de gran vigencia, precisamente para los venezolanos, que vivimos los actuales tiempos bolivarianos, donde se entrecruzan las manifestaciones de las sociedades neoliberales y las socialistas primitivas, pero ninguna de las cuales le resuelve a hombres y mujeres el difícil problema de conseguir empleo y mantenerlo. Sí, porque en la obra no se debate en la miserable duda hamletiana de ser o no ser, sino que muestra cómo los seres humanos somos peores que los lobos cuando lo que está por delante es la sobrevivencia, cuando lo que hay que obtener es un empleo o trabajo y con esto, todo lo que ello representa.
En esta pieza que ahora asombra a los caraqueños, Jordi Galcerán -quien ya ha logrado por la calidad e importancia contemporánea de Palabras encadenadas y El método Grönholm que sus obras sean versionadas y convertidas en exitosas películas- no hace otra cosa que plasmar en la escena la cruel realidad de las relaciones laborales, especialmente en el inicio de la cadena: la selección de personal. El argumento fue hecho sobre la base en unos documentos abandonados en un basurero de su natal Barcelona, donde un funcionario de una empresa de supermercados anotó sus impresiones sobre las aspirantes a un puesto de cajera, y quien se asumía con el derecho de calificar, cual si fuese un dios, las miserias de las necesitadas mujeres.
El método Grönholm exhibe a cuatro aspirantes a un cargo ejecutivo en una empresa transnacional de diseño de interiores. Tres hombres y una mujer, quienes en medio de una atmósfera de ironía y del peor humor negro juegan a destruirse entre sí, mucho más cuando se enteran de que uno de ellos es falso, o sea que pertenece a la empresa empleadora y está ahí para ser testigo fiel de todo lo que ocurre. Pero eso es parte de la trampa maldita que la empresa le ha puesto a los aspirantes o el único que de verdad no está buscando el empleo. ¡Un verdadero crucigrama de la muerte!
Esta pieza, que es puro teatro de palabras y cero espectacularidad, atrapa al más difícil de los espectadores por la crudeza o la vulgaridad del lenguaje utilizado, además de los lugares comunes de las conversaciones, y en especial por las situaciones donde están involucrados. Pero se agudiza la expectativa cuando se ven obligados a juzgar las peculiares historias íntimas de cada uno de los que ahí participan, desde el caballero que ha decidido cambiarse el sexo hasta el caballero que pretende conseguir el empleo para resolver una serie de problemas de su hogar, pero comportándose como el campeón de los desalmados.
Es pues un realista teatro cotidiano, con personajes reales o verdaderos que están sometidos como conejillos de laboratorio a una experimentación con técnicas psicológicas aplicadas a la selección de personal. Ahí todo está calculado o previsto, porque, como lo dicen al final, se busca “no a una buena persona que trate de parecer un hijo’eputa, sino a un hijo’eputa que parezca una buena persona”.
Esa conclusión lingüista va acorde con la solución escénica o el colofón de la pieza, el cual no revelamos a los lectores o eventuales espectadores, porque la obra no es nada sentimentaloide, sino todo lo contrario; Ahí están abolidos los más mínimos rasgos de humanidad y reemplazados por el afán de lucro de los aspirantes al cargo, quienes terminan por ser meras marionetas en manos de la empresa, que se burla de todos ellos.
Al finalizar este espectáculo, sobre algo tan estrujante e importante como es la búsqueda de empleo, nadie podrá aceptar que el neoliberalismo sea la mejor política económica para el mundo contemporáneo, donde los seres humanos somos cosas o mercancías, más nada.